Política.
El Diario de Caracas. Lunes 20 de marzo de 1989.
Cinco Patas del Gato.
José Vicente Rangel.
Las FF.AA
No me caracterizó por el elogio. Ni a personas ni a instituciones. Suelo ser muy parco en el reconocimiento - no por mezquindad sino porque juzgó que la sobriedad es más contundente - y prolijo en las crítica. Porque uno de los aspectos que más me seducen del ejercicio democrático es el cuestionamiento. Y lucho - lucharé siempre - por su intangibilidad.. Poder expresarse, poder decir cosas, es poder adversarr, me parece el más preciado mecanismo de una sociedad libre. Por eso por no tener techo de vidrio, por haber mantenido siempre una posición muy clara en esta materia, puedo decir lo que de seguida escribo en relación con las fuerzas armadas nacionales.
En numerosas oportunidades he hecho críticas a la institución. Críticas que algunos han descalificado con razonamiento burdos, señalando que pretendía la desestabilización de las Fuerzas Armadas o denigrar de ella. En el fondo no buscaba otra cosa que su adecentamiento, como el de cualquier otra institución del país. Que su reequipamiento por ejemplo, fuera transparente, que el dinero de la nación fuese utilizado de la mejor forma, con honestidad y eficacia. Critiqué, asimismo, comportamientos de miembros de la institución contrarios al sistema democrático, lesivos a los derechos humanos.
Pero ahora debo decir algo que no quiero silenciar. Más allá de fallas, errores e incluso abusos, la posición de las Fuerzas Armadas, institucionalmente hablando, con motivo de los acontecimientos del 27 de febrero, ha sido altamente positiva. Fue el único organismo del estado que respondió cuando imperaba el caos. Y respondió con espíritu democrático, encarnando un liderazgo responsable, reivindicando no sólo la moción de orden público sino la de justicia y honradez. Tengo muchos testimonios de los que dijeron oficiales reunidos con civiles en esos días tensos. Y esa posición castrense contrasta con el derrotismo de muchos civiles, con las concesiones que estaban dispuestos a hacer a sectores poderosos.
No creo que hoy exista afán protagónico por parte institución castrense y de sus jefes. Lo que ha ocurrido es que el vacío que se creó, su participación se tornó más evidente. La ausencia del liderazgo civil resaltó la presencia del liderazgo militar.
A los militares se les llamó cuando todo colapsaba. Incriminarlos ahora, bien directamente o bien solapadamente como se deduce de la actitud de algunos políticos que han estado descargando a los hombres de uniforme y haciendo conjeturas acerca de sus aspiraciones, pues otra cosa que mala fe. O quizá una biliosa secreción producto del miedo que les recorrió el espinazo durante los días del estallido de violencia en los que no se encontraba un dirigente político - sobre todo el sector oficial - ni con lupa.
jueves, 7 de diciembre de 2006
miércoles, 6 de diciembre de 2006
Italo Responde
Lunes ,04 de marzo de 1991 El Nuevo País.
Italo del Valle responde a un articulista del Nuevo País.
El general retirado ítalo del Valle Alliegro envió al Nuevo País una carta en la que responde las opiniones de un articulista de este diario Francisco Camacho Barrios, quien en su espacio de la pagina editorial del viernes pasado se refirió a la actitud del ex ministro de la Defensa e relación a los hechos del 27 de febrero de 1989.
A continuación la carta de Italo del Valle Alliegro:
Caracas, 01 de marzo de 199
Señor
FRANCISCO CAMACHO BARRIOS.
Diario “El Nuevo País”
Presente.
Respetado columnista.
Con extrañeza leo en su columna del Nuevo País titulada ¿como olvidar ‘de fecha primero de marzo de 1991, que UD afirman que yo me solazo con el recuerdo del 27 de febrero. Extraño tal afirmación viniendo de su parte hombre serio, honesto y muy profesional ya que jamás en ninguna de mis intervenciones públicas o en conversaciones privadas me he solazado con los acontecimientos que se vivieron en esa época. Tal conducta sería diametralmente opuesta con condiciones humanas y personales. Simplemente cumplí con el deber que las leyes de la república me exigen. Los soldados nunca podremos solazarnos ni siquiera con la muerte de nuestros enemigos en los combates bélico que por nuestra profesión tenemos que enfrentar, mucho menos podríamos hacerlo cuando mueren nuestros conciudadanos en acontecimiento provocado por errores cometidos por la dirigencia política que no por las Fuerzas Armadas.
Lamentablemente la parte dura de la vida en este tipo de acontecimiento, toca al soldado resolverla, para que el resto de los ciudadanos como usted, puedan vivir tranquilos y criticarnos a nosotros por los aciertos o los errores que podamos haber cometido en el cumplimiento de las obligaciones que la república nos impone.
Como en todo ocasión he repetido no dude usted de mí mas profunda sinceridad al afirmarle de que esos sucesos fueron y tal vez serán los más dolorosos y difíciles de mi vida.
Al reiterarle una vez más mi amistad me despido con sentimiento de mi más alta estima, distinguida consideración y profundo respeto. Cuente usted con un amigo que jamás ha engañado a nadie.
Italo Del Valle Alliegro.
Italo del Valle responde a un articulista del Nuevo País.
El general retirado ítalo del Valle Alliegro envió al Nuevo País una carta en la que responde las opiniones de un articulista de este diario Francisco Camacho Barrios, quien en su espacio de la pagina editorial del viernes pasado se refirió a la actitud del ex ministro de la Defensa e relación a los hechos del 27 de febrero de 1989.
A continuación la carta de Italo del Valle Alliegro:
Caracas, 01 de marzo de 199
Señor
FRANCISCO CAMACHO BARRIOS.
Diario “El Nuevo País”
Presente.
Respetado columnista.
Con extrañeza leo en su columna del Nuevo País titulada ¿como olvidar ‘de fecha primero de marzo de 1991, que UD afirman que yo me solazo con el recuerdo del 27 de febrero. Extraño tal afirmación viniendo de su parte hombre serio, honesto y muy profesional ya que jamás en ninguna de mis intervenciones públicas o en conversaciones privadas me he solazado con los acontecimientos que se vivieron en esa época. Tal conducta sería diametralmente opuesta con condiciones humanas y personales. Simplemente cumplí con el deber que las leyes de la república me exigen. Los soldados nunca podremos solazarnos ni siquiera con la muerte de nuestros enemigos en los combates bélico que por nuestra profesión tenemos que enfrentar, mucho menos podríamos hacerlo cuando mueren nuestros conciudadanos en acontecimiento provocado por errores cometidos por la dirigencia política que no por las Fuerzas Armadas.
Lamentablemente la parte dura de la vida en este tipo de acontecimiento, toca al soldado resolverla, para que el resto de los ciudadanos como usted, puedan vivir tranquilos y criticarnos a nosotros por los aciertos o los errores que podamos haber cometido en el cumplimiento de las obligaciones que la república nos impone.
Como en todo ocasión he repetido no dude usted de mí mas profunda sinceridad al afirmarle de que esos sucesos fueron y tal vez serán los más dolorosos y difíciles de mi vida.
Al reiterarle una vez más mi amistad me despido con sentimiento de mi más alta estima, distinguida consideración y profundo respeto. Cuente usted con un amigo que jamás ha engañado a nadie.
Italo Del Valle Alliegro.
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martes, 5 de diciembre de 2006
Anverso y Reverso
El universal viernes 6 de marzo de 1992.
Relieve de la voz.
Gustavo Jaén.
Anverso y reverso de febrero.
Venezuela atraviesa actualmente por uno de los momentos más críticos de su historia y todos los venezolanos estamos obligados a buscarle solución a los problemas confrontados, dentro de los canales institucionales, pues pensar en otra alternativa sería acabar con el sistema democrático que muchos sacrificios ha costado a los viejos, y que, por otra parte, ha permitido pleno disfrute de la libertad a las generaciones posteriores a la dictadura pérezjimenista.
Hemos sido de los primeros en protestar la mención de pena de muerte para quienes el pasado 4 de febrero intentaron cambiar el rumbo del sistema por medio de la asonada militar. También hemos disentido de la calificación de delincuentes que se les ha aplicado, por cuanto consideramos que la actuación absolutamente equivocada no puede despojarse de sinceridad. En más, creemos que la derrota de la intentona supone una victoria para la democracia, pues ha sido un duro toque de alerta para corregir fallas, tanto que bien puede hablarse de una Venezuela antes de 4 de febrero y otra después, enteramente distinta por alerta y reclamadora.
Hemos dicho, y ahora repetimos, que no se debe novelar la asonada. No hay héroes, hay golpistas. Son ciudadanos que mal utilizaron sus armas y que, de paso, ocasionaron una buena cantidad de muertos venezolanos, jóvenes sacrificados en aras de unos propósitos hasta ahora no bien determinados. Porque eso de tomar el poder para cambiar el rumbo político no parece muy claro. Porqué ¿Qué iban hacer con el presidente preso, si no contaban con el apoyo de la marina, de la aviación, de la Guardia Nacional, del resto del ejército? ¿Cómo iban a someter a tanto jefes, coroneles, generales, almirantes, con mando de tropas? Aparentemente luce descabellado el despropósito. Bastó que el presidente Carlos Andrés Pérez se enfrentara solo, corajudamente, desde una estación televisora para acabar una intentona que no tenía razón de ser, pues lo que se buscaba por las armas se puede lograr por medios lícitos que prevé la misma democracia. Esa que continúa vigente afortunadamente para los golpistas, que pueden recibir visitas, declarar a los periódicos, reclamar derechos con todo derecho lo cual era imposible en la época de Pérez Jiménez y de Pedro Estrada, para no remontarnos a los grillos sesentones de la dictadura Gomecista. Grillos sesentones, dicho sea de paso que valientemente soportó Maisanta en el castillo de Puerto Cabello por haber intentado cambiar la tiranía por una era democrática.
La otra cara de la moneda es la del 27 de febrero, cuando se produjo una verdadera insurrección popular sin ideales políticos, sin conductores a la vista, condimentada con una marginalidad compuesta en su mayor parte por gente de otros países, a quienes no puede dolerle Venezuela como su patria y el único que la enfrentó decididamente fue el Generales Italo del Valle Alliegro, ministro la defensa, quien sin vacilaciones, sin excesos, dominó la situación. Formado en las filas castrenses dentro de unas premisas institucionales, democráticas, no pensó nunca tomar el Poder, que fácil le hubiera sido, pues no tenía que buscarlo, lo tenía en las manos. Ausente de líderes, el pueblo y con Carlos Andrés Pérez recién estrenado en su segunda presidencia, sin contactos muy firmes con la alta oficialidad.
La tarea del General Alliegro fue ardua y difícil, había que tomar decisiones rápidamente, sobre la marcha, con la circunstancia muy especial de que, debido a la prolongada paz social se había debilitado la instrucción contra motines, como materia de singular importancia dentro de las Fuerzas Armadas. Esta circunstancia pudo superarse sin mayores contratiempos por el respaldo irrestrícto de sus compañeros de armas, quienes actuaron con elevada mística institucionalista. Fueron tres días de ejercicio pleno en el cumplimiento del deber, de lo que demanda el código de honor militar.
Con el control de la insurrección surgió Italo como líder popular, signado por las masas a todo lo largo y ancho del territorio venezolano. Y así ha permanecido sencillo, honesto, sin un Bolívar que le queme sus faltriqueras, limpia su conciencia de apetitos bastardos. Vigilante desde su otero civil por el mejor destino de la democracia.
Relieve de la voz.
Gustavo Jaén.
Anverso y reverso de febrero.
Venezuela atraviesa actualmente por uno de los momentos más críticos de su historia y todos los venezolanos estamos obligados a buscarle solución a los problemas confrontados, dentro de los canales institucionales, pues pensar en otra alternativa sería acabar con el sistema democrático que muchos sacrificios ha costado a los viejos, y que, por otra parte, ha permitido pleno disfrute de la libertad a las generaciones posteriores a la dictadura pérezjimenista.
Hemos sido de los primeros en protestar la mención de pena de muerte para quienes el pasado 4 de febrero intentaron cambiar el rumbo del sistema por medio de la asonada militar. También hemos disentido de la calificación de delincuentes que se les ha aplicado, por cuanto consideramos que la actuación absolutamente equivocada no puede despojarse de sinceridad. En más, creemos que la derrota de la intentona supone una victoria para la democracia, pues ha sido un duro toque de alerta para corregir fallas, tanto que bien puede hablarse de una Venezuela antes de 4 de febrero y otra después, enteramente distinta por alerta y reclamadora.
Hemos dicho, y ahora repetimos, que no se debe novelar la asonada. No hay héroes, hay golpistas. Son ciudadanos que mal utilizaron sus armas y que, de paso, ocasionaron una buena cantidad de muertos venezolanos, jóvenes sacrificados en aras de unos propósitos hasta ahora no bien determinados. Porque eso de tomar el poder para cambiar el rumbo político no parece muy claro. Porqué ¿Qué iban hacer con el presidente preso, si no contaban con el apoyo de la marina, de la aviación, de la Guardia Nacional, del resto del ejército? ¿Cómo iban a someter a tanto jefes, coroneles, generales, almirantes, con mando de tropas? Aparentemente luce descabellado el despropósito. Bastó que el presidente Carlos Andrés Pérez se enfrentara solo, corajudamente, desde una estación televisora para acabar una intentona que no tenía razón de ser, pues lo que se buscaba por las armas se puede lograr por medios lícitos que prevé la misma democracia. Esa que continúa vigente afortunadamente para los golpistas, que pueden recibir visitas, declarar a los periódicos, reclamar derechos con todo derecho lo cual era imposible en la época de Pérez Jiménez y de Pedro Estrada, para no remontarnos a los grillos sesentones de la dictadura Gomecista. Grillos sesentones, dicho sea de paso que valientemente soportó Maisanta en el castillo de Puerto Cabello por haber intentado cambiar la tiranía por una era democrática.
La otra cara de la moneda es la del 27 de febrero, cuando se produjo una verdadera insurrección popular sin ideales políticos, sin conductores a la vista, condimentada con una marginalidad compuesta en su mayor parte por gente de otros países, a quienes no puede dolerle Venezuela como su patria y el único que la enfrentó decididamente fue el Generales Italo del Valle Alliegro, ministro la defensa, quien sin vacilaciones, sin excesos, dominó la situación. Formado en las filas castrenses dentro de unas premisas institucionales, democráticas, no pensó nunca tomar el Poder, que fácil le hubiera sido, pues no tenía que buscarlo, lo tenía en las manos. Ausente de líderes, el pueblo y con Carlos Andrés Pérez recién estrenado en su segunda presidencia, sin contactos muy firmes con la alta oficialidad.
La tarea del General Alliegro fue ardua y difícil, había que tomar decisiones rápidamente, sobre la marcha, con la circunstancia muy especial de que, debido a la prolongada paz social se había debilitado la instrucción contra motines, como materia de singular importancia dentro de las Fuerzas Armadas. Esta circunstancia pudo superarse sin mayores contratiempos por el respaldo irrestrícto de sus compañeros de armas, quienes actuaron con elevada mística institucionalista. Fueron tres días de ejercicio pleno en el cumplimiento del deber, de lo que demanda el código de honor militar.
Con el control de la insurrección surgió Italo como líder popular, signado por las masas a todo lo largo y ancho del territorio venezolano. Y así ha permanecido sencillo, honesto, sin un Bolívar que le queme sus faltriqueras, limpia su conciencia de apetitos bastardos. Vigilante desde su otero civil por el mejor destino de la democracia.
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