martes, 5 de diciembre de 2006

Anverso y Reverso

El universal viernes 6 de marzo de 1992.

Relieve de la voz.

Gustavo Jaén.

Anverso y reverso de febrero.

Venezuela atraviesa actualmente por uno de los momentos más críticos de su historia y todos los venezolanos estamos obligados a buscarle solución a los problemas confrontados, dentro de los canales institucionales, pues pensar en otra alternativa sería acabar con el sistema democrático que muchos sacrificios ha costado a los viejos, y que, por otra parte, ha permitido pleno disfrute de la libertad a las generaciones posteriores a la dictadura pérezjimenista.

Hemos sido de los primeros en protestar la mención de pena de muerte para quienes el pasado 4 de febrero intentaron cambiar el rumbo del sistema por medio de la asonada militar. También hemos disentido de la calificación de delincuentes que se les ha aplicado, por cuanto consideramos que la actuación absolutamente equivocada no puede despojarse de sinceridad. En más, creemos que la derrota de la intentona supone una victoria para la democracia, pues ha sido un duro toque de alerta para corregir fallas, tanto que bien puede hablarse de una Venezuela antes de 4 de febrero y otra después, enteramente distinta por alerta y reclamadora.

Hemos dicho, y ahora repetimos, que no se debe novelar la asonada. No hay héroes, hay golpistas. Son ciudadanos que mal utilizaron sus armas y que, de paso, ocasionaron una buena cantidad de muertos venezolanos, jóvenes sacrificados en aras de unos propósitos hasta ahora no bien determinados. Porque eso de tomar el poder para cambiar el rumbo político no parece muy claro. Porqué ¿Qué iban hacer con el presidente preso, si no contaban con el apoyo de la marina, de la aviación, de la Guardia Nacional, del resto del ejército? ¿Cómo iban a someter a tanto jefes, coroneles, generales, almirantes, con mando de tropas? Aparentemente luce descabellado el despropósito. Bastó que el presidente Carlos Andrés Pérez se enfrentara solo, corajudamente, desde una estación televisora para acabar una intentona que no tenía razón de ser, pues lo que se buscaba por las armas se puede lograr por medios lícitos que prevé la misma democracia. Esa que continúa vigente afortunadamente para los golpistas, que pueden recibir visitas, declarar a los periódicos, reclamar derechos con todo derecho lo cual era imposible en la época de Pérez Jiménez y de Pedro Estrada, para no remontarnos a los grillos sesentones de la dictadura Gomecista. Grillos sesentones, dicho sea de paso que valientemente soportó Maisanta en el castillo de Puerto Cabello por haber intentado cambiar la tiranía por una era democrática.

La otra cara de la moneda es la del 27 de febrero, cuando se produjo una verdadera insurrección popular sin ideales políticos, sin conductores a la vista, condimentada con una marginalidad compuesta en su mayor parte por gente de otros países, a quienes no puede dolerle Venezuela como su patria y el único que la enfrentó decididamente fue el Generales Italo del Valle Alliegro, ministro la defensa, quien sin vacilaciones, sin excesos, dominó la situación. Formado en las filas castrenses dentro de unas premisas institucionales, democráticas, no pensó nunca tomar el Poder, que fácil le hubiera sido, pues no tenía que buscarlo, lo tenía en las manos. Ausente de líderes, el pueblo y con Carlos Andrés Pérez recién estrenado en su segunda presidencia, sin contactos muy firmes con la alta oficialidad.

La tarea del General Alliegro fue ardua y difícil, había que tomar decisiones rápidamente, sobre la marcha, con la circunstancia muy especial de que, debido a la prolongada paz social se había debilitado la instrucción contra motines, como materia de singular importancia dentro de las Fuerzas Armadas. Esta circunstancia pudo superarse sin mayores contratiempos por el respaldo irrestrícto de sus compañeros de armas, quienes actuaron con elevada mística institucionalista. Fueron tres días de ejercicio pleno en el cumplimiento del deber, de lo que demanda el código de honor militar.

Con el control de la insurrección surgió Italo como líder popular, signado por las masas a todo lo largo y ancho del territorio venezolano. Y así ha permanecido sencillo, honesto, sin un Bolívar que le queme sus faltriqueras, limpia su conciencia de apetitos bastardos. Vigilante desde su otero civil por el mejor destino de la democracia.

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